Questi mondo non mi renderà cattivo (serie de TV, Doghead Productions/Movimenti Production)
Poco más voy a poder decir de la segunda miniserie de Zerocalcare para Netflix más allá de lo que ya dije de Strappari lungo i bordi hace poco más de dos semanas, porque al final no deja de ser una segunda entrega, semiautobiográfica (presuponemos), de la vida de su alterego Zero, teniendo ahora que enfrentarse a hechos objetivos generales, tan desagradables y removedores como los personales por los que pasaba en su primera aventura internacional.
En el auge del nuevo movimiento fascista italiano, ese que finalmente hizo que un partido político prácticamente nazi disfrazado de catolicismo llegara al poder, Zerocalcare viene a contarnos, sobre todo, su teoría de por qué el auge de la extrema derecha en Italia, especialmente entre los menos favorecidos.
Para ello usará la historia de un antiguo amigo, adicto rehabilitado, que vuelve al barrio tras mucho tiempo y cuya familia le pide a Zero que lo apoyen. Ese amigo, abandonado en un momento determinado por todos, vuelve al barrio acompañado de una gente que le ha apoyado, en el momento en que esa gente comienza a manifestarse de todas las formas posibles en busca de una Italia libre de inmigración.
Zero se tendrá que enfrentar, nuevamente, a sus demonios y los demonios de todos los que, efectivamente, no quieren ser malas personas, incluyendo los dilemas que surgen fruto de la precariedad, y que pueden llevar a tomar decisiones que, precisamente, no nos van a hacer ganar una plaza en el paraíso cristiano.
Y reflexiona sobre cómo el propio poder se encarga de generar los malestares que hacen surgir la miseria moral de la gente, de lo fácil que es dejarse llevar por unas ideas que exculpan a la persona de su propia responsabilidad, y de lo mucho que las buenas personas oficiales han dejado de lado, incluyendo a sus propios vecinos, en busca de objetivos más altos e irreales.
De cómo los medios de comunicación han optado por idiotizar el discurso y anular la posibilidad de disentir, de cómo distraen a los díscolos para impedir que aparezcan ideas fuera de las líneas editoriales, y de la cobardía que hace que estos les sigan el juego, porque es "el bien para todos".
Y de cómo, por más que ya reflexionamos largamente sobre ello, el armadillo siempre tira al monte y Zero termina responsabilizándose de cosas que no podría haber resuelto aunque quisiera, de cómo nosotros también elegimos lo que queremos, y a lo mejor no es lo más conveniente convertir en enemigo a la víctima, por más malas decisiones que toma. Porque lo mismo no le hemos dado más opciones.
Me da la impresión de que, comparándola con el largo clima reflexivo de Strappari lungo i bordi, esta segunda hornada queda un poco más corta de lo que debiera respecto a todos los frentes que abre, pero, sinceramente, tampoco me importa mucho.
Como en su anterior serie, Zerocalcare se muestra emotivo, sensible y elegantísimo en todo lo que plantea, con un humor amargo que acompaña perfectamente el tono de la historia que cuenta, y alguna que otra reflexión que, si somos capaces de asumir, pone los pelos de punta.
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