Strappari lungo i bordi (serie de TV, Movimenti production/BAO Publishing)
Una de las pocas alegrías que me ha traído 2023 es descubrir a Zerocalcare. Dibujante/Historietista italiano de larguísima trayectoria, su éxito en su país de origen con una serie de cortos de animación, Rebibbia Quarantine, emitidos en plena pandemia, debió llamar la atención de un Netflix que aún hacía parecer que sus suscriptores le importaban, que decidió distribuirle a nivel internacional esta Strappari lungo i bordi, allá por finales de 2021.
Casi dos años después, y durante el mes en que aprovechamos para pagar Netflix una vez pasado el cabrero por el cambio de sus condiciones, repasando lo que tenía pendiente de esa lista cada vez con menos cosas interesantes, me topé con ella, recordé su existencia, y me decidí a verla.
La historia comienza con un alter ego del propio Zerocalcare, un joven dibujante llamado Zero, que empieza a contarnos, en primera persona, una serie de anécdotas con las que no sólo se presenta él, su vida y su forma de verla, sino a sus amigos y sus relaciones desde pequeños, en una Italia que dibuja como en una intensa dicotomía entre haber sido el país ideólogo de algunos de los mayores avances en derechos humanos durante el siglo XX, para poder entrar sin complejos en el siglo XXI, y a la vez seguir siendo un reducto hipercatólico con un machismo institucionalizado, en instancias oficiales y oficiosas, que sigue queriendo imponerse, y a veces lo consigue.
Zero también se mueve en la dicotomía, en varias, en realidad. La más explícita, la que llena cinco de los seis capítulos de esta miniserie, su propia lucha interna entre cualquier cosa y su ideal de convertirse en una persona decente, lo que lo convierte en una especie de Woody Allen postmoderno, que está dispuesto a deconstruirse, a cambiar, y a analizar todo lo que hace para intentar no volver a equivocarse, justo al contrario que Allen y todos sus coetáneos.
La segunda, la verdadera, la realmente importante, tiene que ver con ese armadillo, representación de su posible subconsciente, ese que intenta aflorar cosas a las que Zero se va resistiendo, precisamente, mediante su constante cuestionamiento de otras, y que se nos revelará al final del quinto capítulo, ese en el que Zero y su amigos llegan al destino de ese viaje que se nos ha presentado como la excusa para nuestra historia, que ninguno de ellos querría haber tenido que realizar, y cuya finalidad termina de dar sentido a todo lo no entendíamos antes, incluyendo esas disonancias cognitivas que han ido ocurriendo, y que el propio Zero ha venido manifestando no terminar de entender.
El último capítulo, ya con todo desvelado, nos muestra además parte del gran mal de las nuevas generaciones, el centrarlo todo tanto en su propio pensamiento, sus propios sentimientos, sus propias creencias, buscando un ideal que lo mismo no va a llegar nunca, que parece que no escuchan, que no saben, que no entienden. Que están tan centrados en querer ser algo, que terminan interpretándolo todo desde ellos mismos, perdiéndose mucho, quizá todo lo demás.
Es sutil, elegante, sensible, con una construcción perfecta, y un desarrollo donde no sobra aparentemente nada, y trata todo lo que quiere tratar. Me pareció divertida, y triste, y me hizo llorar... Y su autor parece estar decidido a estar siempre en el lado correcto de las cosas, lo que también se agradece.
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