17 diciembre 2023

El Conde

El Conde (Pablo Larraín, 2023)

 


En un país indeterminado (que resulta ser Chile), se analiza la figura de un antiguo dirigente (que se parece muchísimo a Pinochet), presuntamente fallecido, desde el punto de vista de la corrupción. Eso parece molestar mucho al fallecido en cuestión, que sigue no muerto y coleando, ya que, en realidad, es un vampiro, retirado a vivir en una granja en medio de la nada, y de cuya existencia ultraterrena sólo parecen tener conocimiento cierto su esposa, su ex-antiguo general, ahora criado a tiempo completo, y sus hijos, que van a visitarle porque están muy preocupados por la herencia, dado que El Conde, ha decidido suicidarse de su no vida eterna. 

En lo que van a ser sus últimos días, el Conde repasa su existencia y lo malagradecidos que fueron con él, así como su preocupación acerca del recuerdo que va a dejar en la historia, muy distinto del que suponía. Coincide todo ello con la visita de una joven, que hemos visto ordenada como monja, que tiene por misión aniquilarlo y robar todo lo que pueda de su herencia, pero que finalmente parece enamorar (y enamorarse) del Conde, provocando un cisma de consecuencias catastróficas. Tanto, que la voz en off que nos ha venido narrando todo este cuento de terror, en un inglés muy británico, aparece a visitar a su amigo, el Conde, en forma de política británica de amplio cardado (e ingrato recuerdo para casi todo el que no es un sociópata). 

Esta es la premisa de este cuento, mezcla de comedia negra y terror, y sátira de la vida, la persona y la familia del dictador chileno, que Pablo Larraín entrega para Netflix, con un despliegue publicitario, tanto en la plataforma como fuera de ella, digna de cualquier gran producción para todos los públicos. Cosa que es sorprendente, entre otras cosas, porque a priori estamos ante una película para un público muy escaso, muy concreto, y de difícil visionado (algo menos de interpretación). 

Larraín presenta al Conde como alguien obsesionado consigo mismo, con cómo será recordado, que no es capaz de entender por qué lo que va a tener consecuencias en ese sentido es su corrupción (enorme, a la que se cree con derecho, y por la que todas las alimañas que tiene en forma de hijos, tanto biológicos como ideológicos, se terminarán peleando) y no sus verdaderos crímenes, sus asesinatos. Con una mujer, ideóloga de sus mayores maldades, que lucha porque su marido le reconozca como tal, y con un lacayo demasiado leal para ser cierto, que en el fondo no soporta que todo el mérito homicida se lo lleve el jefe.

El acercamiento desde el terror parece una decisión extraña, aunque se puede entender desde la incomodidad que provoca todo el metraje, donde el miedo surge más del malestar del espectador ante lo que está viendo y escuchando (ese orgullo ante las malas obras...) que de la tensión narrativa in crescendo del cine de terror al uso. Es un miedo que surge de la propia conciencia de que hay gente mala en el mundo, y nada podemos hacer para evitarlo, más que de sustos y situaciones concretas que provoquen angustia, aunque alguna hay. Es un miedo que, en realidad, no sólo no aporta nada a lo que se está contando, sino que estorba y distrae de lo que se supone que nos quiere decir.

No entendí mucho ese acercamiento, ni el personaje de la joven ni tantas otras cosas que ocurren. La factura es excelente, pero el guión parece caminar con dificultad, chirrían bastantes cosas del libreto, y su intento de ser reflexiva termina haciendo que se haga larguísima, en parte  por lo lento, en parte porque no termina de dejar claras sus intenciones hasta que aparece Thatcher, ya al final de la cinta, posiblemente la parte mejor conseguida de toda, y la más divertida sin duda. 

Si Larraín pretendía incomodarnos, lo consigue. El resto de lo que se supone que quería hacer, según sus propias declaraciones, no creo que haya terminado de lograrlo.

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