03 diciembre 2023

Celda 211

Celda 211 (Daniel Monzón, 2009)

 


Conocí a Daniel Monzón como uno de los creadores del Días de cine original, subdirector si no recuerdo mal por aquellos entonces, y como crítico cinematográfico en Fotogramas. Ni el uno ni la otra fueron lo mismo para mi cuando se fue de ambas a probar el otro lado de las cosas.

Gran defensor del cine de entretenimiento, me alegré mucho de su paso a la dirección, con el riesgo que eso conllevaba, con El corazón del guerrero, película imperfecta a la que guardo muchísimo cariño y que, a pesar de las limitaciones presupuestarias, ya aspiraba más al mainstream que a los circuitos independientes europeos.

Tras ir probando varios subgéneros del cine de acción/aventuras, pareció encontrar su mojo en las variantes del policiaco con La caja Kovak, y con el estreno de Celda 211 terminó de convertirse en uno de los grandes nombres de ese nuevo policiaco español, que es el mismo que ya hacían gente como Urbizu en los noventa, pero con presupuesto.

Un chiquito que va a trabajar como funcionario de prisiones, decide ir a conocer el presidio en el que empezará a currar al día siguiente, sin sospechar que los presos han decidido hacer un motín justo el día de la visita, y, siendo víctima colateral del inicio del mismo, quedará atrapado entre esos presos teniendo, a la vez, que ocultar su identidad, y que defender a unos futuros compañeros que, a lo mejor, no merecen ser defendidos.

Drama carcelario donde, a pesar de las hollywoodienses formas, tenemos desde el principio la sensación de que todo va a salir mal como en cualquier película europea, Celda 211 es un ejercicio de estilo clásico, que sin aspavientos ni mayores concesiones a "la modernidad" más allá de un poco más de violencia gráfica que en sus parientes norteamericanas de los cincuenta y sesenta, pone en imágenes un guión no del todo redondo (hay un par de artificios en aras de la explicación de la deriva de los personajes que son muy cantosos) potenciando lo que quiere contar y pasando por alto el resto, como un buen director tiene que hacer, sin perder el afán de espectacularidad ni de agradar al público, aunque sin hacer concesiones por ello. 

En medio del espectáculo, aunque lo justo para no arruinar el ritmo, la trama y la narrativa, aparecen diatribas varias acerca de la moralidad, de la falsa dicotomía entre buenos y malos, de los intereses políticos y mediáticos, y de cómo en situaciones de presión se toman las peores decisiones posibles, aún incluso teniendo que asumir sus consecuencias. 

Todo ello con pulso, con una planificación estupenda, con un gusto estético exquisíto y con mucho saber hacer del que ha aprendido mucho no sólo viendo cine y sino cuestionándolo. 

Pero tampoco demos tanto mérito a Monzón, por más que lo tenga, en realidad si en algo se sostiene la película es en las interpretaciones de unos actores espléndidos (salvo el acento sudamericano de Carlos Bardem, no recuerdo exactamente de dónde tendría que haber parecido, pero sí de la grima), especialmente de un Luis Tosar y su Malamadre, que todos los medios patrios convirtieron inmediatamente en historia del cine español. No era para menos. 

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