What we do in the shadows (Jemaine Clement, Taika Waititi, 2014)
Antes de convertir a Thor en el más divertido de Los Vengadores, Taika Waititi se hizo amigo de Jermaine Clement, la mitad de Flight of the Concords (ese duo musical neozelandés que protagonizó la que, durante años, fue la única serie divertida de HBO), e idearon un falso documental de vampiros, unos que en vez de vivir en castillos o catacumbas, intentan vivir con normalidad humana en una casa unifamiliar de un suburbio Wellington, porque, total, si no ponemos a hacer la broma, nos ponemos.
Cuatro vampiros de muy distinto pelaje (el solemne, el seductor, el decrépito y el pringadete) comparten casa, con ayuda de una "familiar", una especie de sirviente/esclava, que les echa una mano con las tareas diurnas, con la promesa de que será convertida en vampiro en un futuro que no termina de llegar nunca.
El documental, un mockumentary en toda regla, explora todos los aspectos de su vida, desde dificultades propias de la convivencia como quién tiene que sacar los cadáveres al jardín, a su búsqueda de alimento o los intentos de tranquilizar a Petyr, ese vampiro antiguo que no sabe controlar sus impulsos, ni siquiera con el equipo de rodaje.
Esos intentos no terminan de funcionar, y Peytr termina convirtiendo a Nick, un humano que había sido llevado para alimentar a los otros tres vampiros por la "familiar", su ex-novia. La "familiar" se cabrea porque ella sigue esperando la conversión, que vuelve a ser pospuesta porque los vampiros tienen ahora que "educar" al neófito en su nueva vida, a la vez que intentan adaptarse a una vida nocturna que no terminan de entender.
Enfrentamientos con hombres lobo con insultos de niños pequeños, clubs donde no los dejan entrar, formas de ligar del año de la polca que no funcionan en el siglo XXI, poderes hipnóticos que no terminan de hipnotizar, y un equipo de rodaje al que se intenta tratar bien a pesar de sentir que están en constante peligro, son algunas de las cosas que conforman el microuniverso en el que se mueven nuestros "héroes", el necesario para que los chistes funcionen.
La premisa es divertida y la forma en que está rodada también. Una especie de calma chicha casi perpetua, que, con la perplejidad casi continua de los protagonistas ante lo que se les presenta, acentúa la comedia de enredo continua que se genera por el enfrentamiento entre pasado y futuro, entre humano e inhumano, entre ser de otro tiempo y no tener la más mínima capacidad de resiliencia, con intentar ser "humanos", pero sólo en los superficial. El resto de personajes y situaciones, incluyendo los enfrentamientos o verbalizaciones despectivas respecto a otros entes sobrenaturales, acompañan, pero el centro de lo cómico gira en torno a la anacronía y la incapacidad para cambiar de una forma de vida que se presupone inmutable.
Funciona bastante bien, pero al final terminamos con la sensación de que estamos ante un capítulo piloto alargado de lo que, desde hace pocos años y gracias a que esta cinta se convirtió en película de culto, es una serie estupenda, de la que hablaré cuando termine de ver la cuarta temporada (aún me queda).
El hilo conductor es muy débil, aparece muy tarde, y queda eclipsado por las distintas subtramas que, efectivamente, se resuelven en lo que tarda en terminar un capítulo de una sitcom. Las bromas son muy divertidas, pero terminan resultando repetitivas, y el ritmo pausado termina cansando, precisamente por esa sensación de que necesitarías un descanso entre cada capítulo.
La rodaron en Nueva Zelanda, me imagino que con dos duros, y con sus mismos creadores como protagonistas. Que con esas limitaciones hayan llegado a tener una serie de éxito en EEUU da una idea de que, en realidad, es muy buena. Por más que equivocaran el formato.
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