28 enero 2024

El Hoyo

 El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019)

 


Un hombre despierta en una cama. Está dentro de una amplia habitación, en la que no vemos ninguna puerta. Justo enfrente, en otra cama, está otro hombre, su compañero, en su propia cama. Y en medio de la habitación, entre ellos, un hoyo rectangular por donde, según ellos mismos nos cuentan, irá bajando la comida que dejen los que viven más arriba.

Poco a poco, a medida que su compañero, más veterano, le hace partícipe a él, vamos entendiendo que hay una serie de personas que, por fuerza o por decisión propia, han decidido "colaborar" en una especie de experimento en el que se prepararán los más selectos manjares, se colocarán en una mesa, y esa bajará planta por planta, dando tiempo a comer a los ocupantes de las plantas, teniendo estos que dejar comida para que puedan tener algún sustento los de las plantas inferiores.

Su compañero informa de que el orden de plantas va cambiando mensualmente, que no se sabe el número de plantas que hay, pero que la comida no llega al fondo y que, como era de esperar, al final la humanidad brilla por su ausencia y cada uno termina teniendo que luchar por su propia supervivencia. Con todas las inmorales y/o delictivas armas que hagan falta.

Y de eso que nos informan al principio es de lo que trata El Hoyo, una película angustiosa acerca de la psicopatía del privilegio, y de cómo este juega con lo más inhumano para demostrar lo que ya se sabe, por puro placer y sin tener la más mínima consideración. De cómo los privilegiados tienen secuaces que creen en ellos aún en contra de la propia realidad, y de cómo hay gente que necesita creer que el ser humano es mejor de lo que demuestra, como nuestro protagonista, como nosotros.

Ambiente asfixiante, opresivo como la situación que pasan los personajes, quizá termina siendo algo repetitiva, al descubrir muy pronto sus cartas, quizá es lo que su director pretende para conseguir transmitir la angustia. 

Ayudado por unos secundarios maravillosos, Iván Massagué sostiene la película con una interpretación soberbia, llena de matices, y que más que transmitir, vive el desasosiego y el desconcierto que el propio espectador sufre. Su personaje es la antítesis del propio experimento, y la especie de locura última que aparece, en su desesperación, es lo único que ayuda a mantener la esperanza que necesitamos sentir los que lo vemos desde fuera. 

Hay ciertas incoherencias en el guión, algún que otro giro tramposo a la hora de conseguir el malestar del otro, pero la propia premisa es la primera trampa aparente, ¿quién en su libertad absoluta iba a aceptar esto? 

No es una película sencilla de ver, pero si tienen el día, lo mismo les merece la pena.

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