Barbadealã cu buclucsao porno balamuc (Radu Jude, 2021)
Una pareja está haciendo un vídeo porno mientras sus familiares les van pidiendo cosas a gritos y ellos intentan que no los molesten. Nadie sabe cómo (posiblemente por error de él, es lo que se plantea), el vídeo hecho para consumo propio, termina en internet y siendo difundido por los alumnos del colegio de élite donde ella es una, hasta ahora intachable, profesora de historia, lo que la enfrentará a una queja formal de algunos padres, que exigirán su cabeza (algunos casi literalmente), cosa que la directora del centro dice querer frenar pidiéndole que les de explicaciones a los mismos, en una especie de solicitud de disculpas donde a esos ricos padres no se les pone ningún límite, y se permite una y otra vez que sigan vejando, insultando y agrediendo la intimidad de la profesora, que intentará aguantar todo por mantener un puesto de trabajo al que se aferra como única posibilidad, en un país que se jacta de haber avanzado muchísimo económicamente. Todo ello con el COVID y las mascarillas por medio.
Discutido Oso de Oro del Festival de Berlín, Radu Jude utiliza esta historia para explorar, y explicar, el estado de la situación de su país, Rumanía, al que presenta como un país permanentemente en crisis (ahora la del COVID), aún en construcción, que huye de su pasado comunista como de la peste (por más que ese pasado quede demasiado lejos para poder seguir responsabilizándolo de todos los males que azotan al país), cayendo en la religión, la superstición y el individualismo, un país envuelto en la miseria, con una clase rica que se cree poseedora del derecho a decidir el destino del resto, un país con un racismo establecido, un odio antisemita y antiromaní a los que achacan, de forma mágica, toda la responsabilidad de la miseria que ellos mismos generan, un país donde la dignidad vale menos que las habladurías, si no tienes suficiente dinero para llevar a tus hijos a colegios de pago.
¿Hacía falta para todo ello lo que arma Jude? Probablemente no. La película se articula, como si fuera una obra de teatro, en un preludio y tres actos. El preludio es el vídeo pornográfico, que podrían haberse ahorrado.
El primer acto trata del descubrimiento del hecho, y de la angustia de la protagonista, que recorre una ciudad en obras, donde la vida parece difícil, los peatones tienen que bajar de las aceras, los conductores aparcan en los pasos de peatones y te agreden si les llamas la atención, donde nadie se preocupa por nadie y donde vemos que hasta la directora de un colegio de pago malvive hacinada en un piso.
En un segundo acto, que corta la trama, se da paso a una presentación de conceptos importantes para poder entender la cuestión rumana y la cuestión fílmica que nos atañe, y que, en realidad, sólo sirve de intermedio hasta el tercer acto, la presentación de explicaciones que se nos ha informado que la profesora iba a dar, frente a un público, el de los padres que, como pagan, se creen con el poder para disponer de la vida de la profesora, creencia que ven reafirmada cuando, con la inoperatividad de la directora, convierten la supuesta solicitud de excusas en un consejo de guerra, en cuya discusión surgen todas las dificultades que ya habían aparecido antes, y todos los temas de los que trata el film.
Creo que me estoy repitiendo tanto como Jude. Si al Jurado de la Berlinale no le importó, estoy seguro de que ustedes me lo sabrán perdonar.
En realidad, si bien es cierto que en el último acto y sus finales alternativos está recogido todo el planteamiento, no podemos negar que la estructura es curiosa y lo cómico, porque todo esto se narra en forma de comedia, ayudan a que no se repita. Quizá porque el final es potentísimo, y el mensaje es desolador.
¿Un mediometraje alargado? Podría ser. Pero no por ello merece menos mérito.