El crítico (Juan Zavala, Javier Morales Pérez, 2022)
Presentada en San Sebastián, a modo de homenaje, por esa jubilación anunciada que parece que no va a llegar nunca (yo, al menos, no paro de escuchar hablar de sus opiniones acerca de todo), al, posiblemente, crítico de cine más relevante de este país, ahora y desde hace cuarenta años.
Que Carlos Boyero es un personaje en sí mismo es algo que a nadie de una cierta edad al que le interese el cine le sorprende. Yo llevo leyendo críticas suyas desde adolescente, y riéndome mucho con sus ocurrencias, en la misma línea que lo hacía con las de Antonio Gasset en aquel primer Días de cine que tanto se echa de menos. A Gasset se hace referencia en el documental, precisamente, por compartir la visión de Boyero respecto al mundo del cine, por más que, en general, siempre fue mucho más diplomático.
Esa visión del mundo del cine, y cuando se habla del mundo del cine, se habla de todo lo que rodea las películas, no tanto de ellas, es el centro de esta especie de intento de disección del personaje, con una colaboración por su parte que impresiona entregadísima, casi a modo de divertimento, en el que, por una parte, se intenta repasar su historia, la propia de un crápula desde la infancia, para relacionarla con esa visión del cine, su aparente único amor y al que él mismo reconoce haber dedicado más tiempo y cariño que a ninguna otra cosa, con el tiempo que le ha tocado vivir y el cierre (desde hace años, aunque cada vez más pronunciado) de una etapa de trabajo en un oficio que ha vivido muchos mejores momentos, y de cómo su visión no sólo no es compartida, sino que es vilipendiada (por muchas razones, entre otras la envidia a unas condiciones laborales que él exigía y otros le pagaban) por las nuevas generaciones.
El retrato es hasta cierto punto indulgente, pero no amable, incluso directores a los que ha dirigido críticas furibundas lo tratan con mucho más cariño del que él mismo parece creer merecer, por más el propio Boyero parezca intentar hacer todo lo posible porque el resultado sea el contrario.
Presentado como un misógino sibarita más preocupado por llamar la atención que por darle dignidad a su oficio, Boyero recoge el guante, y no sólo lo reconoce, sino lo amplía, describiéndose como un misántropo hijo de una cultura machista (se insiste mucho en ello, de hecho) al que le gusta la buena vida, y lleva haciendo todo lo posible por vivirla así, incluyendo el escribir para que se le entienda por el vulgo, y no sólo por los lectores de Cahiers du cinèma.
Me gusta especialmente que, dentro de su visión descreída, sarcástica, del propio descrédito que tiene hacia su persona, y de que no parezca creer que merece el esfuerzo hacer cambios, revisar sus privilegios (e incluso renunciar a ellos, cosa que parecen pedirle los que no los comparten), ni deconstruirse en modo alguno, es capaz de entender que las nuevas generaciones lo hagan, que tenga claro que está en un mundo que ya no es el suyo, y que esté más dispuesto a respetar visiones divergentes que gente mucho más joven que él. Pero a mi es que este señor iracundo, rencoroso y que no para de descalificarse a sí mismo y al mundo que lo ha rodeado en general, me hace gracia y me cae bien. Quizá por mi propia tendencia misantrópica, quizá por ese amor al mundo del celuloide que me lleva a escribir estas páginas como si supiera de lo que hablo.
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